Patricia Iglesias Torres
En el jardín de la casa de Mercedes había cinco árboles que estiraban sus troncos y hojas al viento: un olivo, un ciruelo, un duraznero, un limonero y un nogal. El preferido de la nena: el limonero, porque sus flores blancas eran como grullas pequeñas, el aroma envolvente como un abrazo y las hojas poco frondosas le permitían ver el cielo. Había días que se acostaba debajo del limonero, panza arriba, con los brazos cruzados detrás de la cabeza, y dormía largas siestas de ojos abiertos.
Una tarde se le ocurrió una idea. Sacó tres flores y las puso en un florero sobre su escritorio. Al otro día cortó otras tres; y otras tres…, y otras tres… Una primavera entera de “otras tres”.
Llegó el verano…, el duraznero y el ciruelo estaban llenos de frutos. El limonero tenía un solo limón amarillo.
Primero se preocupó la abuela:
—¿Qué le habrá pasado al limonero? Nos ha dado un solo limón.
Después se preocupó la mamá… y se sumaron a la preocupación el papá, la hermana, el hermano… y la nena que preguntaba:
—¿Por qué será que el limonero dio un solo limón?
—Voy a llamar al vivero. Allí hay un muchacho que entiende mucho de árboles. Quizá nos dé una solución —dijo el papá.
Así fue. Al otro día un jardinero, con un mameluco azul y raíces en los bolsillos, llegó al jardín de esta familia preocupada.
—Mmmm, a ver, a ver. Ustedes, ¿le tiraron algún veneno para hormigas veraniegas?
—No, señor —contestaba toda la familia al unísono (hasta la perra Juana movía la cabeza para un lado y para el otro, como diciendo no).
—¿Lo regaron mucho?
—No, señor —volvían a contestar todos.
—Mmmm…, difícil situación, déjenme estudiar este limón.
El jardinero sacó de una valija una lupa gigante. Tomó el único limón con una mano y sin sacarlo del árbol, acercándose tanto que parecía como si se fuera a meter adentro del fruto, dijo:
—Mmmm…, esto es muy raro... Quizá no lo vieron, pero algún pájaro arrancó los azahares.
—A mí me pareció verle pocos azahares —dijo el papá.
—Ni uno pequeñito —opinó la mamá.
—Ni uno —aseveró la abuela.
—¿Qué son los azahares? —preguntó Mercedes.
Y el jardinero explicó:
—Pequeña, los azahares son las flores blancas que tiene el limonero. Luego esos azahares dan lugar a los limones, si alguien los arranca el árbol se queda sin la posibilidad de dar sus frutos.
Al oír esto, Mercedes palideció, sintió como si el cielo fuera una nube negra y pesada que se le estaba por caer encima.
—Esto es muy raro. Tendremos que esperar hasta el próximo verano y ver qué pasa con este árbol y sus azahares —dijo la abuela.
Mercedes palideció…, una, dos y tres veces…, una dos y tres veces más.
Llegó el otoño, las hojas de los árboles volaron buscando otro lugar en donde ver el mundo. Durante el invierno la nena apoyaba la nariz en el vidrio y lo seguía de cerca. El árbol seguía en el mismo lugar. Tronco y ramas. Ramas y tronco.
Poco a poco…, y hoja a hoja, fue verde claro; y en primavera el limonero explotó de azahares blancos y perfumados.
Mercedes ni lo tocó…, se sentó debajo de su sombra a leer un libro. Pero no cortó una sola flor. Disfrutó minutos y horas, leyendo envuelta en aroma, grullas y letras.
Un verano nuevo. Poco a poco, limoncitos del tamaño de una uva comenzaron a asomarse…, poco a poco, muchos limones amarillos y brillantes iluminaban las tardes.
¡Cuántas tortas, masitas y budines cocinaron Mercedes y su abuela!
¡Un azahar por un limón, esa fue su ecuación!
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