AUDIOCUENTO: Barba Azul

Barba Azul era un hombre rico, poderoso y noble.
En esa época, estos eran atributos codiciados por
todas las jóvenes que querían casarse. Sin embargo,
su barba azul producía temor y rechazo entre las doncellas
en edad de contraer matrimonio. Además, nadie sabía nada
acerca del paradero de otras esposas que se le habían conocido.

Finalmente, Barba Azul logró casarse con la hija de
una importante vecina, una bella joven que aceptó obligada
por su madre, y se fue a vivir con él a uno de sus castillos.
Después de un tiempo, Barba Azul le anunció a su esposa
que debía hacer un viaje de varias semanas y que
quedaría ella a cargo del castillo. Por esta razón, la autorizó a
que, durante su ausencia, invitara a familiares y a amigos
a disfrutar de todas las comodidades con las que allí contaban.

Al despedirse, Barba Azul le entregó a la mujer todas
las llaves del castillo, incluso las de los cofres donde guardaba sus más valiosos tesoros.

—Todo en este castillo queda a tu disposición, pero —le advirtió Barba Azul enseñándole una pequeña llave— solo a esta habitación tienes terminantemente prohibido entrar. Jamás lo olvides.
Y luego de la advertencia, se marchó.

Al poco tiempo, llegaron vecinos, familiares y amigos a disfrutar de
los placeres y encantos del palacio. Pero la joven solo pensaba,
día y noche, en aquella habitación donde tenía prohibida la entrada.
Varias veces caminó por el pasillo rumbo a ese cuarto y se arrepintió
de su intento de desobedecer al marido. Pero finalmente, la curiosidad
la venció y, en un impulso irrefrenable, abrió la puerta prohibida.


Terrible fue su sorpresa y su espanto cuando encontró allí numerosas
mujeres degolladas colgando de las paredes –todas ellas eran las
esposas anteriores de Barba Azul– y, al intentar huir aterrorizada,
la llave cayó al suelo y se manchó con la sangre allí derramada.
Desesperada, la joven corrió a su dormitorio y trató de lavarla, pero
cada vez que la limpiaba, la llave volvía a mancharse de sangre.

De repente, escuchó el ruido de la puerta principal del castillo que se abría e, inmediatamente, los pasos inconfundibles de su marido. Barba Azul había regresado antes de tiempo. Lo primero que hizo Barba Azul, luego de saludarla tiernamente, fue pedirle que le devolviera el manojo de llaves que le había entregado. Al notar la llave manchada de sangre, Barba Azul gritó enfurecido:

—¡Me has desobedecido! Has entrado al cuarto prohibido. Ahora volverás a él, ¡pero como todas las demás esposas!

—Por favor, concédeme solo unos minutos para rezar en la torre más alta antes de morir.

—Solo unos minutos —concedió Barba Azul, mientras afilaba su cuchillo.

Desesperada, corrió hacia la torre donde estaba su hermana
y le contó rápidamente la tragedia. Su hermana le dijo
que pronto estarían llegando sus hermanos para visitarla
y que ella vigilaría desde allí para avisarles en cuanto
los viera. Pero los hermanos no llegaban y Barba Azul
ya había agotado el plazo de clemencia que le
dio a la muchacha. La obligó a bajar, y justo cuando
se disponía a asesinarla, los dos muchachos,
hábiles guerreros, llegaron en sus caballos y mataron
a Barba Azul por sorpresa.

Con la fortuna que había quedado en su poder,
la joven ayudó a sus hermanos y pudo volver a casarse,
por amor y sin temor, para ser feliz para siempre.

Recopilado por Charles Perrault.
Versión de Paula Moreno.