El caballito de madera espera en un rincón del dormitorio. Hace apenas un momento que llegó la noche. Se mece despacio hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, va y viene, vaivén. Como una mamá acunando a su bebé.
Con el hocico tibio dibuja brotes tiernos de alfalfa y los saborea con la mirada. Los hilos de seda de su
flequillo bailan al ritmo del vaivén y su cola, larga como un pincel, pinta mapas sobre la alfombra.
Está impaciente y se mece, hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, va y viene, vaivén.
Tiene las orejas atentas, las mueve como si fueran radares. Espera el sonido y la señal.
El mar se agita
y ronronea.
La luna brilla
y pestañea.
La ventana del dormitorio se abre de par en par y entra el viento que envuelve al caballito y lo lleva a volar. Relincha suave como el rumor de la brisa y su carcajada es dulce como la miel. Vuela el caballito de madera y sigue la ruta de los mapas pintados sobre la alfombra. Galopa entre las estrellas, come una porción de luna, sopla muy fuerte hacia el sol y persigue una estrella fugaz. Salta hacia el campo, trota entre los matorrales, corre a la liebre y no la puede alcanzar. Se zambulle en el mar, siembra corales, baila con los delfines y a las sirenas lleva a pasear.
Persigue sueños fugitivos y los devuelve a sus dueños. Remonta barriletes de colores y
los deja ir muy lejos. Mastica nubes blancas y hace globos enormes que explotan y caen
como copos de nieve.
Galopa en la selva, juega a la mancha con los monos, se hamaca sobre la trompa del
elefante y sube tan alto que casi llega a tocar la luna.
Trepa montañas, se hunde en la nieve y esconde risas bajo los árboles del bosque. Salta
las olas, hace castillos de arena y busca tesoros entre las piedras de la playa.
La luna duerme
y ronronea.
El mar se calma
y pestañea.
Está por salir el sol y el caballito vuelve a su casa empapado de alegría.
En un rincón del
dormitorio se mece despacio hacia adelante
y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, va y
viene, vaivén.
Como una mamá acunando a su bebé.
Vaivén y su cola,
larga como un pincel, pinta nuevos mapas sobre la alfombra.
Y espera
impaciente la llegada de la noche.
María Inés Garibaldi